Instinto
Cuando mi hermana era chica, yo la llevaba a los museos, al cine, al parque, le preparaba la leche y la iba a buscar al jardín infantil donde también era su apoderada. Nunca me molesto ni me dio lata, me encantaba, preocuparme por ella, saber que todo estaba bien y poder ayudarla siempre, con las tareas o con algún problema del colegio. Una vez me acuerdo que estaba en el colegio, en segundo básico y yo en tercero medio y andaba con su osito de peluche, sola, me partía el corazón, le decía “anda a jugar con las otras niñas, no te quedes solita”, y me miraba y no decía nada. Luego sonaba la campana y nos despedíamos y yo siempre quedaba un poco triste por no saber que más hacer. Era tan chica, con sus cachos de chilindrina.
Siempre me he preocupado por ella, de saber bien lo que le pasa, lo que siente, lo que quiere, lo que piensa, soy su hermana, amiga y creo que también un poco mamá. Quizás es por eso que no tengo tanto susto de recibir a Emma, si bien es totalmente distinto, creo que de alguna u otra manera lo podré hacer y me sentiré bien, no creo mucho en lo que dicen de que el amor a los hijos viene de a poco, creo que ya la adoro tanto que cuando nazca la querré más aún, solo pensar en ver sus manitos, en verla moverse, en poder abrazarla, todo eso me llena de alegría y emoción. Quizás ese es un poco el instinto maternal, algo inexplicable que cada persona experimenta diferente, algo tan animal que no tiene definición, es un poco amor, responsabilidad, ternura, cuidado, mil cosas a la vez que nos hacen ser una mamá, igual y diferente a millares de otras.
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